martes, 3 de mayo de 2016

Raúl Zibechi: "La crisis de los gobiernos progresistas se debe a su incapacidad para salir del modelo extractivo"

Entrevistado por Alvaro Hilario Pérez de San Román



El escritor, periodista y militante Raúl Zibechi (Montevideo, 1952) ha estado estos días en el País Vasco para ofrecer dos charlas en las que analizó la coyuntura político-social latinoamericana al hilo de la publicación de su último libro, "Cambiar el mundo desde arriba. Los límites del progresismo" (Desdeabajo; Bogotá, 2016), escrito en colaboración con Decio Machado, periodista de "Diagonal". En opinión de Raúl Zibechi, el gran problema de los llamados gobiernos progresistas ha sido no alterar la matriz de acumulación extractiva, el proceso de acumulación por despojo, matriz que ha generado una sociedad y una cultura plena de matices y consecuencias negativas. Momentos antes de comenzar el acto que, en Bilbao, organizó el colectivo solidario Komite Internazionalistak, pudimos conversar con él.

-En tu último trabajo, realizado en compañía de Decio Machado, insistes en la caracterización de los gobiernos progresistas como llegados al poder, en pleno caos generado por el neoliberalismo, empujados por los movimientos sociales. Señalas, en el libro, que el gran fracaso de estos gobiernos ha sido "no imaginar siquiera el fin del capitalismo", Decís también que "la tendencia a reducir la revolución a un evolucionismo economicista, se profundiza y empobrece en América Latina –casi hasta el ridículo- a través de dos temas que dominan el debate: la reducción de la pobreza y el fortalecimiento de las instituciones estatales".

-Los gobiernos progresistas aparecen en un momento caótico donde la desigualdad y la pobreza se habían disparado a consecuencia de las medidas neoliberales, de la desregulación, las privatizaciones. Sus políticas han tomado dos líneas de actuación: reforzar el Estado y sus instituciones y combatir la pobreza mediante planes asistenciales, financiados estos con los beneficios proporcionados por los altos precios de mercado de las commodities, como la soja, el petróleo o los minerales. Algunos de sus errores, a nuestro juicio, ha sido no tocar ni al 10% de poderosos que concentran la mayoría de riqueza en sus manos, no hacer reformas estructurales y perpetuar el modelo extractivo. Nos hemos dado cuenta tarde de qué supone el modelo extractivo del cual, en un principio solo fuimos capaces de ver sus negativos efectos medioambientales. Además de sus efectos nocivos para el medio y la salud humana (la deforestación o el aumento del cáncer en las zonas de monocultivo donde se utiliza, por ejemplo, el glifosato), el extractivismo es toda una cultura. Genera una situación dramática: una parte de la población sobra, porque no está en la producción, porque no es necesaria para producir commodities; "un campo sin campesinos": no olvidemos que el monocultivo o la megaminería apenas generan empleo. Pero también tenemos un extractivismo urbano, una ciudad donde los pobres son llevados cada vez más lejos, y si esto funcionara a tope -lo que pasa es que hay resistencias- hoy las villas ya no existirían.

El modelo extractivo tiende a generar una sociedad sin sujetos, porque nos hay sujetos vinculados al modelo extractivo, es un modelo de tierra arrasada. Entonces, los movimientos que surgen, lo van a hacer en los márgenes del modelo extractivo, en los márgenes de la sociabilidad, de la producción capitalista. Es muy difícil organizar a la gente que está en esta situación, por fuera de. Eso nos coloca en una situación tremendamente compleja, que nos está llevando a la necesidad de organizar a la gente en las peores condiciones, en los márgenes, sin vinculación con la producción, donde hay una degradación de la trama social muy profunda. Esa es otra de las consecuencias nefastas del modelo extractivo. En la medida que no hay sujetos en la producción, no hay sujetos colectivos, aquel movimiento obrero fue un sujeto en la producción. El movimiento obrero, la fábrica necesitaba un montón de obreros en la producción que normalmente venían del campo, que hacían carrera de vida en la empresa, y había consumidores.

-¿Qué opinión os merece el reforzamiento del estado?

-El llamado "retorno del Estado" con el consiguiente discurso del aumento del gasto social, se ha convertido en una perversa variante del capitalismo regional camuflado bajo una tautológica invocación a soflamas anti-neoliberales, devolviendo al sistema económico capitalista a la legitimidad a través de meras correcciones a los excesos descontrolados acaecidos durante su etapa neoliberal. Más allá de la articulación de políticas sociales que responden a criterios de protección social predefinidos de forma clásica como de "izquierdas" –en referencia a esas medidas que tienen un fuerte impacto en la conciencia colectiva popular y generan importante apoyo electoral–, no cuesta mucho encontrar políticas económicas claramente reaccionarias en la agenda posneoliberal de los llamados gobiernos progresistas,

-En vuestro trabajo, Machado y tú habláis de cómo los gobiernos del pos- neoliberalismo siempre defienden como sus mayores logros la lucha contra la pobreza y la desigualdad.

-Es difícil discutir que donde gobiernan –o han gobernado– los "progresistas" existe una mejora general de los niveles de vida de la población respecto a la anterior etapa neoliberal. Su explicación es múltiple, tiene que ver con un abanico de factores que engloban desde la etapa de bonanza económica vivida durante la llamada década dorada de los commodities, lo que implicó la posibilidad de incremento de los subsidios y la capacidad adquisitiva de los trabajadores, hasta el desarrollo de acciones contra la pobreza extrema, pasando por el incremento de la inversión social en salud y educación. Es este factor el que reforzó durante los años de bonanza la percepción de cambio y acumuló réditos electorales a favor de estos gobiernos entre los sectores sociales que históricamente habían sido olvidados y que ahora fueron atendidos. Todo ello, a pesar de que no se avanzase en cambios estructurales y el marco de intervención quedara reducido al asistencialismo y una focalización que permitió hacer frente con relativo éxito a una coyuntura crítica tanto social como política.

Si bien las políticas sociales contra la pobreza hicieron bajar esta a cuotas menores al 10%, no puede decirse lo mismo de la desigualdad. La incapacidad para reducir las desigualdades agudizadas durante la era neoliberal es uno de los grandes fracasos de los gobiernos progresistas. En la década que comienza en el año 2000, la desigualdad bajo en todo el continente, de modo independiente al signo de sus gobiernos lo que hace suponer que se trata de una tendencia favorecida por factores económicos estructurales, vinculados al tipo de inserción del subcontinente en el sistema mundial. Esto es visible, a primera vista, al comparar los casos de Ecuador y Colombia, dos regímenes a priori confrontados ideológicamente. El gobierno correísta presume de ser el que mejores logros ha obtenido en materia de lucha contra la pobreza de la región, vanagloriándose por desarrollar un modelo de política social referencial para todo el planeta. Según datos oficiales del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos del Ecuador (Inec), durante los primeros ocho años de gestión correísta (2007-2014) la pobreza nacional medida por ingresos bajó del 36,7 al 22,5 por ciento, lo que implica que la pobreza se redujo en 14,2 puntos porcentuales. Sin embargo, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas de Colombia (Dane), el país pasó de un indicador 45,06 por ciento de pobreza medida por ingresos en 2008 a 28,5 por ciento en 2014, por lo tanto, se contabiliza una reducción de 17,4 puntos porcentuales. Siguiendo estos indicadores, Colombia habría reducido su desigualdad 3,25 puntos porcentuales más que el Ecuador con apenas un año de diferencia.

-Las políticas sociales propugnan la integración a través del consumo y parecen estar al servicio del capital financiero.

-Los grandes bancos de Brasil están obteniendo las mayores ganancias de su historia. En el tercer trimestre de 2015, Itaú, Bradesco y Banco do Brasil tuvieron ganancias del 15%. En los ochos años de Fernando Henrique Cardoso (1995-2003), o sea en pleno período neoliberal, las ganancias de los bancos crecieron entre 10 y 11 %. En los ochos años de Lula (2003-2011) sus ganancias llegaron al 14 por ciento. Es un modelo que impulsa la integración mediante el consumo y que llevó a que se compraran coches hasta en 60 cuotas con un interés real muy alto que benefició a los bancos. El tipo de desarrollo económico impulsado llevó a que la flota automovilística creciera el 9 por ciento al año, pero sin tocar la infraestructura urbana. Esa política ganó la simpatía de una población que deseaba consumir porque nunca tuvo coche ni bienes de consumo, ni vacaciones con viajes ni ropa de calidad. Así llegamos a una realidad en la que el programa Bolsa Familia ayuda a los más pobres pero a la vez potencia las ganancias del sector financiero. Su conclusión es que fue una política equivocada que ahora está cosechando rechazos.

Al no haberse realizado reformas estructurales que son las que pueden disminuir la enorme desigualdad y cambiar la vida de las personas, cuando llega el fin del ciclo de los precios altos de los commodities el crecimiento se frena, caen los ingresos, el nivel de empleo y los salarios, y las familias ya no pueden pagar sus deudas. Tampoco el Estado, que debe recortar sus gastos. Otras críticas podrían sumarse: fomentar el consumo como forma de integración despolitiza a los sectores populares. Pero ese era, tal vez, el objetivo del gobierno Lula que pretendió contentar a los de abajo y también a los de arriba, buscando evitar el conflicto social

Pero en eso llegó la crisis. Y con ello aumentaron las tasas de interés que en el comercio superan el 5 por ciento mensual. El resultado es catastrófico: en 2015 el endeudamiento de las familias con el sistema financiero compromete el 48 por ciento de sus ingresos frente al 22 por ciento en 2006. Por eso las fabulosas ganancias de la banca. Entre la clase media, la llamada Clase C por ingresos, donde está la mayoría de los brasileños, el 65 por ciento de sus ingresos van al pago de servicios financieros. ¿Hay o no hay motivos para la protesta, la rabia y la bronca cuando después de doce años de progresismo son prisioneros del capital financiero.

-Oímos hablar de "golpe de Estado" en Brasil. Teniendo en cuenta que el PT apoya e impulsa modelos neoliberales, ¿es solo la derecha quien sale allí a la calle?

-Existen movimientos como Vamos para a rua que se han ido gestando lentamente al calor de nuevos institutos de formación universitarios, amparados por los conservadores estadounidenses que han ganado centros de estudio. La nueva derecha ha ganado centros de estudios en las universidades públicas que, hasta la fecha, eran bastiones de la izquierda, mucho antes del 103, que es cuando sale la derecha a la calle. Y lo que hace la derecha, cuando el movimiento popular empieza a tomar la calle, ven una oportunidad y se montan ahí. Salen con sus señas de identidad: la bandera de Brasil, los colores verde y amarillo, aupados por los medios de comunicación. Es una nueva derecha militante, no es la vieja derecha que hablaba de "dios, patria, latifundio"… Es una nueva derecha que habla de la legalización de la marihuana, que habla del matrimonio igualitario. Los que se manifiestan son, básicamente, sectores de clase media y clase media alta, sobre todo en Sao Paulo, Porto Alegre, Río de Janeiro, que es el núcleo de estas manifestaciones de ahora. Entonces, tenemos una situación en la cual, por un tiempo, la derecha le ganó la calle a la izquierda; desde el fin de la dictadura, años 70, la etapa final de la dictadura, la izquierda monopolizaba la calle. Tenemos una situación de insatisfacción popular: Dilma lleva un año y pico gobernando con el apoyo de un 10%, según indican todas las encuestas; hay un desgaste muy fuerte. Existe también otro fenómeno que es importante recalcarlo: los elencos progresistas en Argentina o Brasil se han instalado dentro de lo que son las élites; ya no son los dirigentes populares de antes: son gente que vive, que viaja como las clases altas, como los ricos: han perdido una gran legitimidad popular. Esto quiere decir que hay una defensiva y crisis profunda del movimiento popular, del PT, en el caso concreto de Brasil, yo creo que, en 2018, el PT va a resultar con una representación parlamentaria más reducida aún que la que hoy en día tiene, una de las más bajas de la historia con cincuenta y pico diputados.

-En el libro, habláis de cómo la violencia policial se ha disparado. Son significativos hechos como la presencia del Ejército uruguayo en Haití, las nuevas policías militarizadas entrenadas por Israel en los barrios de Montevideo. El objetivo, controlar la periferia pobre.

-Hay un dato irrefutable de la Correpi (Coordinadora contra la represión policial e institucional, Argentina): después de un seguimiento de más de 30 años al gatillo fácil, al comparar los diez años de Menem -un gobierno de derecha, neoliberal, antipopular, represivo- y los diez primeros años de los gobiernos K, podemos ver que hay cuatro veces más gatillo fácil ahora que con Menem. No es directamente por la política del Gobierno, es por la autonomización de los aparatos represivos que en el Conurbano bonaerense, por ejemplo, focalizan la violencia estatal hacia las viseras, las gorras, los jóvenes pobres de tez más oscura. En Brasil, según datos del propio Gobierno, desde que Lula llegó al Gobierno en 2003, las muertes violentas de blancos cayeron un 25% y las de negros aumentaron un 40%. Tenemos una mayor violencia estatal pero focalizada en los sectores populares de la población, los de abajo. ¿Responde esto a una política directa de los gobiernos? Yo no diría eso, pero veamos qué interesante: aquí existe un modelo extractivo que genera polarización social, que no genera empleo digno; el modelo extractivo –soja, especulación urbana, mineral de hierro, megaobras de infraestructura- casi no genera empleo pero sí grandes bolsas de pobreza –favelas, cinturones de pobreza de Sao Paulo, Río y las ciudades argentinas- donde la policía es la que manda, la policía es el orden, la policía tiene una legitimidad social para matar porque esa población es sobrante desde el punto de vista del modelo. Si tú generas un modelo que genera estos bolsones de exclusión estás poniendo en bandeja a la policía que estos, que no sirven ni para consumir -y si lo hacen son productos de baja calidad- sean directamente víctimas de la represión policial. Yo ya no diría represión, porque se reprime cuando hay una acción: esto es criminalización de la pobreza; el pobre es sospechoso de ser criminal in situ, como en Europa los negros son requeridos, una vez al día por lo menos, a presentar la documentación, a identificarse ante la policía porque son negros; aquí, pasa algo parecido, aunque multiplicado y acompañado de una violencia muy fuerte. Si tuviera que hacer una síntesis en una frase, diría: la crisis de los gobiernos progresistas se debe a la incapacidad de salir del modelo extractivo y en haber profundizado este, que no es solo un modelo económico, es un modelo de sociedad, como lo fue la sociedad industrial: son las relaciones sociales, la cultura, la vida; este es un modelo de muerte que margina a un 30 o 40% de la población, condenada a permanecer en sus periferias, recibir políticas sociales y no poder ni siquiera organizarse, ya que cuando se mueve un poquito, cuando salen de sus barrios, son criminalizados solo por el aspecto; es, como decimos allá, "portación de cara". Esto es muy grave, muy duro, y debe ser repensado en este período para denunciarlo y discutir políticamente que este modelo caducó y no puede volver a ser replicado, ni por la derecha ni por la izquierda, porque con gobiernos de izquierda y con gobiernos de derecha, el modelo se mantiene. Ya no es el modelo de las privatizaciones: es un modelo mucho más perverso; las privatizaciones afectaban, sobre todo, a las clases medias y esto afecta a los sectores populares que son víctimas directas del modelo extractivo.

-¿Qué futuro político pueden tener Lula y su partido?

-Lula es un político importante en Brasil. Tiene capacidad de articulación y tiene apoyo popular, sobre todo, en el nordeste. Aquí, ya hay algo: el Lula de los 80 y los 90 y hasta el 2003 tenía fuertes apoyos en la industria, en Sao Paulo, 60 millones de habitantes en el corazón del quinto complejo industrial más importante del mundo. Hoy en día, el núcleo del apoyo a Lula está en el norte, donde se han ejecutado mayor número de políticas sociales, elemento a tener en cuenta. Yo creo que Lula, si la justicia no lo impide, volverá a ser candidato en las siguientes elecciones de 2018. Ya he escrito de cómo Lula, en sus viajes, se dedica a lubricar los intereses de las grandes empresas brasileñas de la construcción (Camargo Corrêa, Odebrecht, Queiroz Galvão, Andrade Gutierrez, OAS, Mendes Junior y Engevix). Será candidato y yo veo muy difícil que pueda ganar y, de hacerlo, será con un PT muy disminuido. Desde las elecciones, que sacó setenta y pico diputados, hasta ahora, que tiene veinte menos, poque se corrieron a otros partidos. Su bancada va a ser más minoritaria que en 2003 y, ¿con quién se va a aliar? Ya se alió con los partidos que ahora quieren destituir a su sucesora. El último aliado que le quedaba, el Partido Progresista, es el partido que más veces aparece mencionado en la operación anticorrupción Lava jato (investiga la corrupción en Petrobras). Dudo que gane y si lo hace su gobierno será un revival pero peor del Gobierno que tuvo de 2003 a 2010. No es que yo lo quiera, pero la política es un asunto de correlación de fuerzas y hoy el PT no está en condiciones, ni con sus aliados más firmes (PCB, PSOL, Partido Trabalhista, heredero de Lionel Brizola) de obtener una bancada mínima que les permita gobernar. Entonces, Lula mantiene una popularidad del 20%, empatado con Marina Silva, la candidata ecologista y neoliberal… Pero Lula también es neoliberal.

-Estos son los límites, por lo tanto, para que nazca una izquierda de verdad. ¿Por qué los movimientos populares no pueden ir más allá?

-Esto es bueno. A corto plazo, creo que van a gobernar las derechas. A mediano plazo, para que la correlación de fuerzas cambie, habrá que ver qué hacen los movimientos sociales. Yo, ahí, soy un poco más optimista y creo que los movimientos, en un plazo de tiempo relativamente breve, van a volver a la ofensiva y en esa ofensiva una de las tareas centrales va a ser discutir, si se quiere llegar al gobierno, con qué programa, qué realizaciones tendrán lugar, cuáles van a ser los aliados. Las políticas para combatir la pobreza están muy bien cuando se llega al gobierno en una situación de emergencia y, en los dos o tres primeros años, se bajan los niveles de pobreza; esto me parece justo y razonable. Pero sustentarse una década larga en las políticas sociales tiene sus límites porque de lo que se trata es de que la gente tenga un empleo digno que le permita, como les permitía a los campesinos que llegaban a la ciudad en los años 60, a lo largo de un desempeño de vida, adquirir un oficio, tener su vivienda, que los hijos obtengan educación. El proceso productivo natural integraba. El de ahora no integra, segrega… Así que hay que discutir sobre qué bases se quiere gobernar: si es sobre la soja, la carne y el mineral de hierro, lo lamento… ¿Cuál es el nudo, el problema? Llegar al Gobierno cuando el modelo extractivo está fuerte, ¿qué sucede? Yo termino gestionando el modelo extractivo aunque no me guste… Les termina gustando porque tiene otras ventajas, sobre todo para los equipos gubernamentales; pero primero tiene que quebrarse el modelo, veremos después cómo se gobierna; pero llegar al Gobierno cuando el modelo está fuerte, potente, no se hace más que gerenciar ese modelo, y eso es un problema. En Uruguay, en Montevideo, en Sudamérica, en Porto Alegre llevamos más de 30 años con gobiernos municipales de izquierda, ¿y qué se ha hecho?, ¿cuál es el resultado? Siguió la especulación inmobiliaria, siguió diseñándose la ciudad para los de arriba y no para los de abajo… La estructura de la sociedad no cambió. Estoy hablando de 30 años de gobiernos municipales. Estamos en un problema: llegar para gobernar lo que hay, no sirve si antes no se destruye lo que hay, si antes no se hace entrar en crisis lo que hay. En las luchas de los 90 se hizo entrar en crisis a los políticos neoliberales, pero no al sistema neoliberal: los elencos gubernamentales neoliberales entraron en crisis, pero quienes les sustituyeron tenían una base societal, productiva, financiera, neoliberal y la gestionaron. Eso es, para mí, lo que no debe repetirse.

“Cambiar el mundo desde arriba. Los límites del progresismo"

Escrito por  Daniel Vargas     

“Estamos atravesando un cambio de época mucho más profundo del que insinuaron los gobiernos progresistas que, en el fondo, apenas intentaron conducir la notable energía popular hacia las aguas estancas de la representación, o sea, de la política estatal. Los momentos candentes de las luchas sociales (parlamentos indígenas-populares de 2000 en Ecuador, cuarteles aymaras en el altiplano boliviano en 2000-2001, asambleas populares en Argentina en 2001-2002) fueron momentos antiestatales pero también antipartidos, dos modos organizativos que responden a la misma lógica. Respecto a esos momentos, la recomposición estatista-progresista fue un paso atrás, un retroceso. Para quienes apostamos a la emancipación colectiva, el punto de referencia debe ser siempre el grado más alto alcanzado por la lucha social y nunca aquello que es posible conseguir. Lo posible es siempre el Estado, el partido, las instituciones existentes. Pero la emancipación no se puede detener allí”. (Decio Machado - Raúl Zibechi. 2016. “Cambiar el mundo desde arriba. Los límites del progresismo". Ediciones desde abajo. Bogotá, Colombia).


La cita fue con Raúl Zibechi y Decio Machado, autores del libro “Cambiar el mundo desde arriba. Los límetes del progresismo”. La invitación era para realizar un taller, un diálogo-debate alrededor de un conjunto de experiencias de gobierno que se dicen “revolucionarios” pero que mucho más allá de los deseos o de la propaganda han terminado por conducir las dinámicas fuerzas sociales que heredaron hacia la atomización, la cooptación, la división, la confusión, sin marcar por lugar alguno las señas de lo que implicaría un cambio digno de llamarse revolucionario. El taller sesionó durante los días 11-12 de abril, en el auditorio de la Cooperativa Codema.




Día primero

Las personas concurrentes fueron llegando poco a poco, tal vez con temor de lo que iban a escuchar, o tal vez escépticas por lo ya leído en las páginas del libro que algunos de los inscritos ya habían reclamado o recibido. Una vez quedaron pocas sillas por usar, se dio inicio al evento. Antes de entrar en materia, se habló un poco de los ponentes a modo de una corta presentación. Raúl Zibechi es un escritor y pensador-activista uruguayo, dedicado al trabajo con movimientos sociales en América Latina; Decio Machado es un consultor internacional en Políticas públicas, análisis estratégico y comunicación. Miembro del equipo fundador del periódico Diagonal y de la revista “El Hurón”, así como colaborador habitual en diversos medios de comunicación en América Latina y Europa. Investigador asociado en Sistemas Integrados de Análisis Socioeconómico, director de la Fundación Alternativas Latinoamericanas de Desarrollo Humano y Estudios Antropológicos (Aldhea) y colaborador de Editorial Crítica & Alternativas y Ediciones Desde Abajo.


“Es deber de la izquierda hacer un análisis auto crítico, porque si en algo hemos pecado la izquierda es en, precisamente, no hacerlo, por el contrario hemos tratado de ocultar algunos procesos oscuros que no nos enorgullecen. Por lo mismo es preciso hacer algunas aclaraciones sobre ciertos conceptos que el progresismo ha usado para referirse a su gestión” (Machado)[...] “En Suramérica no ha habido revoluciones –se ha hablado de de la revolución bolivariana en Venezuela, de la revolución ciudadana en Ecuador, en Bolivia la revolución del buen vivir- y eso por una razón elemental: una revolución no puede dejar intacto el aparato estatal (fuerzas armadas, burocracias, instituciones civiles, etcétera), una revolución destituye esos aparatos. Vale la pena aclarar que la revolución no es el paradigma para llevar a cabo una transformación social, puesto que llevamos poco más de dos siglos de revoluciones que han sido poco transformadoras”, dice Zibechi.


Ciclo progresista

El taller empieza con una revisión histórica de los alzamientos populares en América Latina a cargo de Raúl Zibechi.

“El ciclo progresista arranca a comienzos de los 90, años en los que se produjeron levantamientos sociales no organizados como El Caracazo en Venezuela o el Cacerolazo en Argentina que no contaban con el auspicio de centrales sindicales ni de partidos políticos, fueron insurrecciones espontáneas realizadas por el pueblo. Dos décadas antes ya se habían formado movimientos como la Conaie en Ecuador a principios de los 80, como el Ezln protagonista del alzamiento del 94, como las organizaciones campesinas paraguayas del MCP de los años 80, las Madres de la Plaza de Mayo en plena dictadura del 76. Durante este tiempo cayeron más de 10 presidentes: 3 en Ecuador, 2 en Argentina, 2 en Bolivia, 1 en Brasil y situaciones similares en otros lugares [...].


También cabe aclarar el concepto de movimiento, hay que someterlo a crítica y a problematización. ¿Qué es un movimiento? Somos herederos de una ciencia social eurocéntrica que ha estudiado y analizado este concepto al punto de definir características que lo describen. En el periodo de los 90 y principios de los 2000, la intensidad de la acción social del movimiento popular (indígena, campesino, urbano y de periferias urbanas) modifica la relación de fuerzas en el continente, particularmente en Sudamérica y aunque no se lo propusieron –algunos más, otros menos– consiguieron, primero, deslegitimar el modelo neoliberal; segundo, al abrir grietas en la capacidad de gobernar de los neoliberales, crearon condiciones para que emergieran nuevas fuerzas políticas. Y si uno mirara país por país vería que en muchos de ellos los partidos políticos que desempeñaron un papel importante hasta los años 90, o desaparecieron o pasaron a un lugar muy marginal. Este es el primer panorama de cambio en la región, luego en 2005, cuando empiezan los primeros gobiernos progresistas, cambia el clima político en el continente. El activismo popular continúa con los gobiernos progresistas, lo único que cambian son los propósitos”.

Desarrollo progresista (extractivismo), asistencialismo y movimientos populares

Aquí Zibechi establece una relación entre el desarrollismo progresista, las políticas sociales de asistencialismo y los alzamientos civiles. “Durante estos gobiernos se impulsó el extractivismo en todas sus expresiones (mega-obras de infraestructura, monocultivos, ganadería extensiva y minería; en general cualquier forma de explotación del suelo), causando grandes impactos ambientales y de ordenamiento territorial que derivaron en problemáticas sociales y que desencadenaron la movilización de los grupos sociales directamente afectados y la posterior adhesión de los movimientos simpatizantes. Es el caso del Perú, de Bolivia, de Brasil, Argentina y Venezuela, en donde se estimuló la producción minera y agrícola de forma exhaustiva a tal punto de despojar, desplazar, contaminar y hasta asesinar a las personas que habitaron las tierras en donde se desarrollaron mega-proyectos industriales. Estas movilizaciones muestran las grietas de una de las caras del modelo progresista que son las políticas sociales, pues estas ya no son suficientes y por eso la gente empuja, a lo que los gobiernos responden ampliando las políticas públicas”.

Y continúa: “El extractivismo también tiene un componente urbano, pero que al estar tan normalizada la especulación inmobiliaria, cuesta considerarla parte del modelo extractivo. Esta exagerada especulación con el suelo y la vivienda es también parte del modelo extractivo, porque los tres tienen detrás al capital financiero. Es un modelo especulativo, no productivo; especula con la propiedad sobre la tierra y los usos del suelo. Llevamos entre 15 y 20 años de gobiernos progresistas, un periodo suficiente para evaluar qué se ha hecho y qué no y cuáles han sido las opciones políticas que han tomado cada uno de los gobiernos. Ha habido condiciones para profundizar en sus políticas y llevar a cabo los cambios sociales necesarios de haberlo querido”.

Por su parte Machado amplía la temática. “A pesar de su intento de apuesta revolucionaria, el progresismo sigue sujeto a la economía global, a los precios internacionales del petróleo, y a la oferta y demanda de mercancías (commodities) en el mundo. Aunque se plantean el fin del capitalismo, los gobiernos progresistas aprueban el crecimiento desmesurado que tiene la empresa privada durante sus administraciones, excusándose en que, de acuerdo a las ganancias del capital privado, los impuestos a la renta para el Estado serán mayores, y el dinero destinado para la asistencia social también. Por otro lado, las lógicas dependentistas que en la teoría se buscan extinguir, en la práctica tienden a aumentar, así queda reflejado en los precios de las exportaciones de materias primas que imponen las potencias y la vinculación de los países sudamericanos con países europeos mediante tratados de libre comercio, que poco o nada favorece a la empresa nacional latinoamericana. De esta manera, siendo el extractivismo la principal fuente económica en los países progresistas, los conflictos ambientales han sido cada vez más notorios, a pesar de que los programas de gobierno se pensaron en un marco ecologista y como defensores de los derechos ambientales”.

Terminada esta primera temática, se dio paso a las intervenciones del público asistente, quienes plantearon interrogantes respecto a la pertinencia del progresismo, a las élites que intervienen en la conformación de este modelo, y a la crisis de la izquierda reflejado en el fracaso de los gobiernos progresistas del siglo XXI.



La crisis del socialismo. Fracaso del progresismo.

Zibechi fue el primero en tomar la palabra para responder. “El pensamiento crítico frente a los procesos revolucionarios del socialismo y su lucha contra el capitalismo atraviesa una gran crisis. Décadas anteriores al surgimiento del progresismo, la construcción continua del socialismo y del pensamiento emancipatorio era constante; había una crítica que visibilizaba las carencias y las expectativas de los gobiernos que aplicaron el modelo socialista. Sin embargo esta crítica se fue desvaneciendo y con la caída del Muro de Berlín, la derrota del socialismo, representado en la Unión Soviética, se convirtió en un tema censurado. Entonces las falencias de la izquierda como propuesta política no fueron analizadas y, por ende, nunca fueron corregidas. Asimismo la izquierda omitió una pregunta fundamental, ¿es posible el socialismo desde el Estado? Al no hacernos esta pregunta nos encontramos ahora, con el progresismo, con que los errores de hace 30 años los estamos repitiendo al pretender que la revolución se realice bajo el modelo de Estado que ha permitido que el neoliberalismo alcance el poder que tiene hoy en día.

El proceso bolivariano en Venezuela define el socialismo como “modo de relaciones de producción centrado en la convivencia solidaria y la satisfacción de las necesidades materiales e intangibles de toda la sociedad, que tiene como base fundamental la recuperación del valor del trabajo como productor bienes y servicios para satisfacer las necesidades humanas y lograr la suprema felicidad social y el desarrollo integral. Para ello es necesario el desarrollo de la propiedad social sobre los factores y medios de producción básicos y estratégicos que permita que todas las familias de venezolanos y venezolanas posean, usen y disfruten de su patrimonio”. Esto es una anti definición de lo que es el socialismo en Marx; el socialismo es el poder de los trabajadores, la elevación de la clase obrera como la clase dominante, eliminando el poder de la burguesía, gradualmente se le irá arrancando el capital. No es posible entender el cambio en América Latina sin comprender el cambio de potencia hegemónica.

Pobreza y desigualdad. ¿Economía progresista?

Desde las perspectivas manejadas en el libro, Zibechi expone las falencias económicas de los gobiernos progresistas. “La economía en los gobiernos progresistas presentó un aumento considerable, por lo menos en sus primeras etapas, gracias al extractivismo y las exportaciones que este generaba. Esto permitió al Estado contar con más recursos y en consecuencia que las políticas sociales contaran con grandes cantidades de dinero y la asistencia social se llevara a cabo de forma masiva. Pero esto no representó un cambio radical en la división de las clases sociales, se redujo la pobreza apenas un poco mientras tanto la desigualdad social seguía siendo abismal y así se mantiene”.

Y agrega: “La aparente disminución de la desigualdad está dada por la disminución de la diferencia entre los ingresos de los trabajadores porque se colocaron impuestos a los salarios más altos, impuestos que fueron distribuidos entre la población más pobre. Este dinero distribuido no representa un gasto superior al 1 por ciento del PIB de estos países, por lo mismo no es una cantidad considerable como para que una familia beneficiaria salga de la condición de pobreza ni mejore efectivamente su calidad de vida. Para disminuir la desigualdad son necesarias reformas estructurales en la distribución de la tierra en áreas rurales y urbanas, no en los impuestos, porque el capitalismo está diseñado para evadirlos. El progresismo no pudo realizar un cambio estructural en el modelo económico y político existente, no tocó la base hegemónica de la banca, el capital financiero y el extractivismo. ¿Qué paradigma de revolución se debe seguir para un verdadero cambio social? ¿Se podrá vencer a la burguesía? Sabemos que no es la lucha armada, tampoco la vía electoral, ¿cuál es?”. Con estos interrogantes finalizó la primera sesión.

Día 2

La segunda parte del taller empezó con una serie de preguntas por parte de los asistentes, interrogantes relacionados con los temas trabajados en el libro, y algunos que no se tocaron pero que también resultaron pertinentes en este debate. Se formularon preguntas que tienen que ver con las tendencias progresistas, las formas de organización y algunos movimientos representativos del socialismo. Sin embargo, Zibechi propuso concluir el tema de la bancarización que quedó pendiente en la sesión del día anterior.

El sector bancario, el más beneficiado

“¿Cómo influyeron los gobiernos progresistas en la profundización de la bancarización? La pista nos la da este dato. Bajo los 8 años, los dos gobiernos de Fernando Enrique Cardozo la banca tuvo una ganancia del 10 por ciento y bajo los 8 años de Lula la ganancia de la banca fue mayor, ¿cómo se explica esto?, ¿a qué se debe? Una de las razones es que ese cartoncito de bolsa familia, o sea, esos 150 mil pesos colombianos que le ingresa a 50 millones de personas o 12 millones de familias, les obliga a conseguir una tarjeta débito –porque ya de entrada tienen que tener una cuenta de ahorros–, entonces ya hay una vinculación a través de una cuenta bancaria. Por otro lado, las ventas de autos durante el gobierno del PT crecieron a un promedio del 9 por ciento anual, es decir, durante el gobierno de Lula creció más del 70 por ciento. Eso se debe a que el Gobierno facilitó los pagos en muchas cuotas de los vehículos. El crédito a las familias era el 22 por ciento del PIB, hace un par de años era del 58 por cieneto; este endeudamiento es con la banca, lo que provocó que las familias se hicieran más dependientes del sistema bancario”.

Además, añade: “Este proceso de financiarización rompe con la barrera de la heterogeneidad estructural que había sido un freno al crecimiento del capitalismo. Sobre esto dice Aníbal Quijano: “Mientras que en el mundo desarrollado hay una forma de ingreso del grueso de la población trabajadora que es el salario, en América Latina tenemos 5 formas de trabajo: la esclavitud, la servidumbre, la reciprocidad (sobre todo en las áreas rurales y en las periferias urbanas), la pequeña iniciativa mercantil familiar y el salario. Después de un siglo de gobierno progresista se produce lo contrario”. Entonces, diría que a esto habría que agregarle otro elemento: hay mayor vulnerabilidad de las familias y mayor vulnerabilidad de los sectores populares por debilidad, debilitamiento y complexión de los movimientos sociales [...]. Esta situación ha generado un malestar muy grande en los sectores populares. En consecuencia, el progresismo ha implicado una fuerte profundización del capitalismo, contrario a lo que dijera Marx –aunque después él mismo se corrigiera– el socialismo no es la fase final del capitalismo; mentira”.


Represión en el progresismo

Otro de los mitos que estuvo presente en el progresismo es que la represión bajó considerablemente. Los datos que ofrecen Machado y Zibechi indican que la represión aumentó. En el caso de Brasil, los datos oficiales del Gobierno muestran que desde el 2002 y hasta el 2015, la muerte de ciudadanos blancos cayó 24 por ciento, mientras que la muerte de ciudadanos negros subió un 38 por ciento. Esto quiere decir que hay una violencia focalizada hacia ciertos sectores de la sociedad. En Argentina, el colectivo Correpi (Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional) viene recolectando desde el año 83 los datos de las muertes violentas a manos de la policía, la mayoría con armas de fuego, otros a golpes, otros en circunstancias sin esclarecer; la inmensa mayoría jóvenes de 15 a 30 años de los sectores populares. Bajo el gobierno de Alfonsín (5 a 6 años) registraron 21 casos de muertes violentas por la policía al año (teniendo en cuenta que la Correpi aún no contaba con las herramientas ni el manejo de registros necesarios). Después vienen los 10 años del más salvaje neoliberalismo, el de Menem, en el que hubo un promedio de 68 muertos por años por la policía. Después viene un lapso de dos años que fue cuando el movimiento popular creció exponencialmente y la violencia represiva también, en esos años hubo un promedio de 241 muertos cada año. Luego vienen los 10 años de los Kirchner en los que se registran 246 por año, aún cuando habían implementado políticas para disminuir la violencia represiva por parte de la policía. ¿Por qué en estos gobiernos progresistas hay 3, casi 4 veces más muertes que en el gobierno del más crudo neoliberalismo? ¿Qué está pasando? En Argentina no hay extrema derecha, ni ninguna organización ha denunciado infiltración de la extrema derecha, sin embargo hay una organización jerárquica de la policía que está por encima de cualquier gobierno.

Decio Machado toma la palabra para exponer la manera en que en Ecuador se emplea la represión. “El mejor mecanismo de control social en los países con gobiernos progresistas en el continente lo tiene Ecuador, desde el punto de vista político. Hay un desarrollo de una violencia institucional que va desde lo dialéctico hasta lógicas de control social que son mucho más sofisticados que en la época del neoliberalismo. En el caso de Ecuador no hay un indicador de muertes como el que se está reflejando aquí; es un criterio selectivo de represión o de control social que tiene bastante de subliminal, que se ven reflejados en lógicas como pérdidas de empleo, incapacidad para conseguir nuevos empleos, escarnio público (el Presidente se encarga de sacar la foto en las sabatinas –que es una especie de rendición de cuentas–, de los periodistas opositores que dijeron algo que no le gustó, existe una violencia institucional generalizada desde el propio poder que enmarca lógicas de señalamiento y de censura aplicado por los demás funcionarios del gobierno”.

Además, Machado afirma que la represión se usa para esconder las falencias de los gobiernos. “Hay un discurso generalizado de los gobiernos latinoamericanos carente de análisis crítico desde la institucionalidad progresista, carece de autoreflexión crítica. También está el discurso de “conmigo o contra mí”: cualquier disidencia es contemplada como una traición; y esta cuestión es común en todos los gobiernos que se dicen progresistas. Esto va de la mano con el recelo que se tiene por los movimientos sociales y Ongs que defienden sectores de la sociedad, señalando cada movilización como estrategias de la derecha para ejecutar maniobras en aras de un golpe de Estado, apoyada por Estados Unidos. Estas son las dinámicas que emplean las administraciones progresistas para ocultar sus falencias”.

Crisis de la izquierda en América Latina

¿Cuál es el impacto para la izquierda el momento de crisis que viven los gobiernos latinoamericanos, la decadencia de la institucionalidad política progresista en América latina? ¿Qué va a pasar en América latina? ¿Qué va a pasar con las izquierdas institucionales, con las alternativas ancestrales (Cauca, Chiapas)? Fueron algunas de las preguntas realizadas por quienes asistieron al taller.

Machado empieza su intervención con una pregunta que cuestiona la intención revolucionaria del progresismo: “¿Por qué no se han hecho debates sobre la propiedad si estamos en un proceso de transformación social? No quiere decir que se tenga que desconocer el derecho a la propiedad privada, sino que la pregunta va orientada a cuáles son los límites de acumulación de la propiedad privada, cómo se debe distribuir la propiedad, si debe haber propiedad colectiva en los territorios. Siguen ganando dinero los mismos que ganaban antes, ahora mucho más, sigue creciendo la brecha de desigualdad, la banca gana más dinero que nunca. Hace tres años en Venezuela la banca privada registró récords en ganancias; esto quiere decir que el modelo de acumulación no ha cambiado en nada”.

Y prosigue: “Lograr que la gente participe en la toma de decisiones es un acto revolucionario y más si está acompañado de la construcción de valores. Hoy por hoy no hay una alternativa al progresismo, no la habrá en un futuro cercano, hay que construirla de manera colectiva. El progresismo que se concibió en Latinoamérica a principios de siglo hoy se cae a pedazos, ha alcanzado su máxima expresión y demuestra que no ha sido la contra-respuesta al modelo financiero global acumulativo. Hoy se debe reconstruir eso, seguramente desde la participación de los pueblos. También hay que entender que resulta bastante difícil para la izquierda el estrés de tener que soportar dos crisis como estas (la crisis del progresismo y la caída del muro de Berlín) en menos de tres décadas que no tienen antecedentes históricos, y eso tiene un precio.


Zibechi, por su parte, dice: “Creo que el único movimiento que ha sacado conclusiones de la crisis del socialismo y de la reforma del socialismo es el zapatismo. Y creo que la derrota del socialismo real con una modalidad en el campo soviético y con otra modalidad pero no menos grave que es la China, que no cayó formalmente pero se hizo ultra capitalista, es la derrota del imaginario de la cultura política de dos siglos, formada desde la revolución francesa, pasando por las revoluciones de 1848, la revolución rusa, la guerra civil y la revolución española, la revolución china, la cubana, la sandinista y otras [...]. ¿De dónde podemos aprender? En el último período hemos aprendido de las comunidades eclesiales de base, aprendimos de la educación popular, del guevarismo; de la ética guerrillera, y hemos aprendido del movimiento indígena que surgió en el 70. Y sin embargo ellos han sido reformateados por esta cultura política que no va más. ¿De dónde sacar la fuerza inspiradora para reconstruir el pensamiento y la práctica emancipatoria? Creo que sólo hay dos movimientos que nos iluminan: uno es el movimiento de mujeres; el otro es el movimiento indígena”.

Y termina diciendo: “El zapatismo plantea cambiar el mundo creando una nueva cultura política, lo demás se irá dando. Necesitamos construir relaciones sociales de nuevo tipo, ¿Qué cambios vamos a lograr si no podemos superar la contradicción entre las jerarquías de trabajo manual e intelectual? No se trata de gobernar a otros, eso es administrar lo que ya hay, lo que necesitamos es crear cosas nuevas, experiencias nuevas, relaciones sociales nuevas. Los obstáculos son las organizaciones y sus dirigentes. La democracia contemporánea implica la relación de hegemonías, obliga a la minoría a hacer lo que la mayoría disponga, y eso crea fracturas en la sociedad. Siempre habrá disidentes, personas en desacuerdo que no pueden ser excluidas, al contrario, es deber de cada uno aportar porque, en últimas, existe un bien común de fondo.

Una vez Zibechi termina su intervención, hacen una pausa para ceder la palabra a sus interlocutores. Hubo una notable antipatía con algunas de las posturas expuestas en el libro. ¿Qué fracasó en el socialismo, que se refleja ahora en el progresismo? ¿El progresismo desde quiénes y para quiénes? ¿Cómo hablar de revolución dentro de la hegemonía capitalista?

El deber de la izquierda

En esta oportunidad quien empieza la intervención por parte de los talleristas invitados es Machado, quien antes hace una reflexión acerca del poder y el propósito del progresismo.

Tenemos que replantearnos esta lógica del poder, ¿Existe un poder bueno? ¿Quien ha asumido el poder traicionó los ideales con los que llegó al poder, o es que todos estos gobiernos progresistas –durante estos episodios históricos que hemos tenido a lo largo de los siglos XIX, XX y ahora XXI–, han sido consecuencias de que el poder fue tomado por personas equivocadas o que se corrompieron? ¿Cuáles con las lógicas en las que la izquierda ha asumido la toma del poder (la toma del Estado)? En la lógica de la globalización actual considerar que la toma del Estado es la toma del poder es una lógica de abstersión, porque el poder se ramifica en las lógicas económicas, de tecnologías. Y nos referimos a los clásicos porque no hay intelectuales contemporáneos que se refieran a estos temas actuales, como lo hicieron ellos en su momento, entonces sirven de referencia.

Asociar el poder con el control del Estado, de la economía y/o de las tecnologías o entender que el poder significa el dominio de la institucionalidad de cualquier forma, es un error. El poder está dado por la aceptación del pueblo que participa en las dinámicas de gobierno, que interactúa en la construcción de lazos de identidad de la sociedad. El ejercicio del poder, contemplado desde la institución, siempre estará permeado por mecanismos de represión, siempre hará uso de la cultura del miedo para su ejercicio de dominación, y el progresismo no ha sido la excepción. El progresismo mantiene las mismas lógicas, o recurre a los mismos mecanismos de violencia, de represión, a la misma cultura del miedo, porque no logra modificar la cultura política de ordenamiento social, mucho menos transforma las dinámicas de producción y consumo que por años ha implantado la derecha neoliberal, por el contrario mantiene el contexto económico que le permite al capitalismo crecer cada día más.

Finalmente, Zibechi termina la sesión y da por finalizado el taller con estas palabras a modo de conclusión: “No se puede cambiar este mundo si no hay un colapso, en períodos de estabilidad no se puede cambiar nada. Las revoluciones fueron hijas de grandes colapsos. ¿Para qué nos preparamos: para asumir un cargo o para enfrentar ese colapso? ¿Cómo se cambia el mundo? Nietzsche tiene una famosa parábola sobre el hombre camello, el hombre león y el hombre niño; el camello es el que carga el peso de la explotación, del dolor, el león es el que se rebela contra eso, pero el león y el camello palpitan en la misma longitud de onda. El león reacciona a la opresión pero no va más allá, no modifica su realidad; es el niño el que crea, el que está en otra dimensión, tiene la imaginación y la inventiva para cambiar su realidad. Nosotros podemos cambiar al mundo si hay un colapso y si somos capaces de crear algo nuevo, no administrando lo que hay; tal vez, solo de esta manera muchos otros sigan el ejemplo. Los cambios serán realizados por pequeños grupos e irán creciendo conforme se vean los beneficios, pero hay que partir con la conciencia de que lo que hay ya no es suficiente, ya no sirve”.